JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. ESCRITOR
OPINIÓN

La muerte silenciosa de Tom Petty, último trovador eléctrico

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

De las muertes de grandes músicos ocurridas en los últimos y luctuosos dos años —David Bowie, Prince, Cohen, Fats Domino...—, quizá sea la de Tom Petty la que menos desconsuelo mereció en los medios españoles. Además de responder al modelo de periodismo del siglo XXI, copiar y pegar la somera biografía repartidas por las agencias y, en media docena de honrosos casos, añadir un acercamiento crítico a la personalidad y obra del cantautor estadounidense, el fatal y prematuro ataque cardíaco que, hace poco más de un mes, se llevó al músico de 66 años, no se mantuvo más allá de unas horas en el radar cegato y apresurado de las webs que nos amamantan.

Petty, al que nunca pudimos ver en España —es el único héroe del rock del último medio siglo que jamás tocó en el país—, era iconoclasta, dinámico y seductor. No es exagerado colocarlo en la misma categoría de inmensos trovadores habitada por Johnny Cash, Bruce Springsteen y Bob Dylan, los tres admiradores confesos del artista fallecido y, el último, compañero de Petty en el supergrupo fantasma The Traveling Wilburys, con el exbeatle George Harrison, Roy Orbison y Jeff Lynne. "La luz que irradiaba Tom siempre se mantendrá conmigo", dijo en un comunicado Dylan.

Desde 1976, el compositor, cantante y guitarrista firmó dos decenas de álbumes con muy pocas grietas. Al menos cuatro de ellos pertenecen al canon de la discografía imprescindible: Damn the torpedoes (1979), Full Moon Fever (1989), Wildflowers (1994) y The Last DJ (2002). Alimentado por la dramática épica de los rebeldes y los forajidos antisistema —peleó contra las prácticas infames de las compañías de grabación y logró que rebajasen de precio los discos—, aplicado alumno de la escuela sonora de los espacios abiertos y electrizante admirador del country-rock clásico, Petty comandó a los Heartbreakers, un grupo donde convivían dos de los mejores instrumentistas de todos los tiempos, el guitarrista Mike Campbell y el teclista Benmont Tench.

Víctima de malos tratos durante la infancia —su padre, un vendedor de seguros, le daba palizas por malas notas y travesuras—, todo cambió cuando Petty asistió por casualidad al rodaje de una de aquellas pésimas comedias de Elvis Presley que sólo eran soportables por el volcánico carisma del protagonista. La visita fue bautismal y Petty salió iluminado por la decisión de ser un instigador de las emociones básicas del rock: sexualidad, indisciplina y nervio. Sus actuaciones en directo, musculosas pero delicadas, eran inolvidables. Convertía las tablas en un escenario de libertad y no permitía otra opción que la desnudez emocional y el alto octanaje rítmico.

Compositor de temas clásicos como Breakdown, Refugee, Even the Losers, Learning to Fly,Here Comes My Girl,Walls, Mary Jane's Last Dance, I Won't Back Down y American Girl —última canción que tocó en directo en una gala en Los Ángeles unos días antes de la muerte—, el músico que nunca tocó en España, un país donde, como he escuchado por doquier, se le quiere y admira, dijo en su última entrevista que tenía una deuda con la música porque le ayudaba a sentirse joven. "Esto sólo se acabará", añadió sobre Tom Petty and the Heartbreakers, "cuando uno de nosotros enferme tanto como para no poder tocar o se muera".

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