IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

Lo que cuesta no hacer nada

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

No hacer nada en vacaciones es un deporte extremo. Deporte también de riesgo, amenazado por la incomprensión. Es más fácil que un amigo haga un gesto de aprobación si le dices que vas a hacer descenso de barrancos, puenting y parapente, que si le cuentas que no vas a hacer nada. "¿Pero nada nada?", preguntará incrédulo. Se necesita tener mucha personalidad para reafirmarse: "Nada". Y se requiere una extraordinaria fuerza de voluntad para resistir la moda de la hiperactividad. 'Vacaciones activas', dicen. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Nada, no hay que hacer nada. Sólo a la vuelta, mantener el tipo: "¿Qué has hecho en vacaciones?". "Nada". Con un par.

No es fácil, aunque siempre ha habido gente de nuestro lado. Una célebre historia inglesa cuenta que un viajero llegó a Nápoles y al ver a doce hombres ociosos tumbados al sol quiso ponerles a prueba, como cabía esperar del proverbial empirismo inglés. Ofreció una lira al más perezoso de todos. Once levantaron la mano reivindicando su excelencia. El duodécimo ni se molestó. Y el caballero inglés le dio la lira.

Otra recompensa mejor está llegando gracias a los neurocientíficos. Han descubierto que cuando no hacemos nada, se activa en nuestro cerebro la llamada red neuronal por defecto. Esta red no es como unos servicios mínimos, no se trata de las mismas conexiones neuronales en modo ahorro de energía, sino de otras conexiones completamente distintas, que sería largo de explicar aquí, pero que se relacionan con la memoria y la planificación, con nuestra imaginación, creatividad y emociones, con nuestros recuerdos y nuestra visión del futuro... En realidad, ya nos lo había contado Walt Whitman: "No dejes nunca de soñar, porque sólo en sueños es libre el hombre" (vale, aceptamos 'hombre' como animal de compañía). Lo más fascinante de la neurociencia es que nos está descubriendo lo que ya sabíamos gracias a los poetas. No lo creíamos porque a los poetas los tomamos por locos y a los científicos por cuerdos, pero en este momento de la historia de la humanidad, llamamos conocimiento a convertir en fórmulas los versos, lo cual es justicia poética en toda su literalidad.

La inactividad será respetable algún día gracias a la neurociencia. Nos dice que cuando contemplamos el horizonte, el mar, un valle, un prado, cuando estamos mirando la calma de fuera, es cuando mejor nos vemos lo de dentro: sin duda, el paisaje más interesante de nuestra vida. Le dedicamos tan poca atención habitualmente que, quien de verdad busque un destino exótico, territorios inexplorados, o un país de contrastes, no tiene más que quedarse ahí. Quieto parado.

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