José Carlos Somoza: «La Historia que nos venden siempre es sospechosa»

José Carlos Somoza (c) Nines Mínguez

Tras haber visto hace unos meses la adaptación al cine de su celebrada La dama número 13 (2003, trasladada al celuloide por Jaume Balagueró bajo el título de Musa), regresa José Carlos Somoza a nuestras librerías con El origen del mal (Ediciones B, 2018). Thriller, como acostumbra este autor, pero diferente a lo habitual en él, pues se adentra en la historia reciente, en su búsqueda por no repetirse y sorprender al lector.

A Somoza (La Habana, 1959) siempre le había «obsesionado escribir sobre sucesos del pasado que influyen en nuestro presente» y la oportunidad para hacerlo le llegó cuando cayó en sus manos la biografía de un espía real del franquismo que operó en el norte de África, Víctor Martínez Simancas. Ahí estuvo la génesis de El origen del mal.

La forma que tienes de abordar la historia en esta novela, me recuerda a la frase de Jorge Luis Borges que preside este blog: «la Historia es una forma más de ficción»…

Muchas veces me han dicho que ésta es una novela histórica, pero yo, siguiendo esa misma frase de Borges, no la situaría ahí porque creo que la Historia es la ficción de la memoria. La Historia es aquella novela que la memoria cuenta, el relato que nos hacemos de lo que ha sucedido. Para mí, novela histórica significa exclusivamente novela, aunque el autor decida situarla en un determinado período del pasado. Pero no por eso es más informativa que otra ficción.

A muchos de tus lectores les va a sorprender esta ambientación centrada en la actividad del espionaje franquista en el norte de África,…

Pese a que antes de salir la novela se han publicado otras obras sobre el espionaje español en esa zona -pienso en las novelas de Falcó de Pérez-Reverte, especialmente en su segunda parte Eva, ambientada en Tánger-, todavía es un tema poco profundizado, aunque para nosotros debería ser un tema más que interesante.

A mi me llamó la atención leer la historia de un espía real como Víctor Martínez Simancas. En su vida, de alguna forma, existía una necesidad de entendimiento que no es la que todos tenemos en mente cuando pensamos en un espía, que siempre lo vemos de forma peyorativa, de alguien que actúa olvidando la ética. Y eso quise plasmar en mi Ángel Carvajal: no es un espía al uso; cree en lo que cree, pero trata de dialogar con aquellos que tiene en frente, porque sabe que la comprensión de la cultura de los otros es fundamental para recibir información y comprender.

Mi problema era, ¿cómo montar con esto un argumento de thriller? Pensé que no tenía que acudir al thriller al uso sobre la labor propia del espía y sus tensiones. Podía acudir, en este caso, a la ética y los valores del personaje. Él quiere hacer las cosas por lealtad, por fidelidad a sus ideas, pero hay muchas traiciones y recovecos y algunos de ellos influyen en la actualidad. Y es el doble juego que hago.

La literatura tiene un papel muy importante en la construcción de nuestra memoria. No solo por la verdad literaria, sino porque al ser una forma de comunicación más emocional cala más hondo.

Sí, la memoria tiene que ser, de alguna manera, emocional. Aquellos que manipulan los datos no lo hacen transformándolos en falsos, sino reinterpretando lo que dicen de forma emocional. Se pudo ver, por ejemplo, en el surgimiento del nazismo: era verdad que Alemania estaba hundida por un tratado miserable de paz y que había sufrimiento, pero Hitler manipuló todas esas cosas ciertas de manera emocional para buscar culpables y justificar lo que se les quería hacer. Lo más triste de la historia es la constatación de que la verdad se puede manipular emocionalmente. A los historiadores que luchan por la verdad, les pediría que lo hicieran, sí, pero para trasmitirla con  las emociones correctas. Y en esto la literatura juega un papel fundamental.

¿Debería ser más responsable el papel de la literatura y los escritores en este asunto?

Tengo sentimientos contrapuestos ante esa pregunta. Me gustaría contestar que sí, que debería jugar ese papel responsable. Pero soy una persona que ama la literatura y cuando amas algo lo haces con sus defectos y virtudes. La literatura tiene su parte de estética y belleza. Hace poco se hablaba de la prohibición de los diarios antisemitas de Céline y creo que restringir la literatura para que los lectores estemos instruidos es peligrosísimo. La literatura tiene que ser apasionada, libre e ir en todas direcciones. La misión del escritor, entonces, es escribir lo mejor posible y con el corazón. No es su misión ser bueno, honrado u honesto, o seguir cánones. No debe hablar a las generaciones futuras como un político o un filósofo. Y eso, creo, en última instancia es bueno. El problema no es Nietzsche, es Hitler. No es Marx, es Stalin. Hay unos que interpretan lo que se escribe y otros que escriben. Y yo defiendo a estos últimos. La literatura debe ser totalmente libre a la hora de expresarse.

Ojalá la literatura pudiera tener un hueco como instrucción y formación. Pero, ay de esos estados y países que han pensado lo mismo y han convertido la literatura en solo aquello que se puede publicar. Eso es demoledor, no ha espacio para la creación.

Sin embargo, las novelas, más que servir de formación, pueden ayudar a mirar al pasado de otra manera. La historia no es un catecismo, no está todo dicho ni contado…

Esa es una enorme bondad de la literatura que no debemos olvidar. Mi autor favorito es Shakespeare y tiene una serie de obras históricas que demuestran precisamente eso. La historia no es de una sola autoridad y sin algo debemos de intervenir o pensar los escritores es en no decantarnos por una sola corriente. Deberíamos dar a entender que la Historia que nos venden siempre es sospechosa. ¿Por qué? Porque está hecha por personas que hablan sobre otras personas que normalmente no han conocido. ¿Qué deberíamos hacer los escritores? Ampliar ese terreno, dar a entender que la Historia siempre ha tenido unos márgenes borrosos. Desde el presente es fácil decir, mirando al pasado: esto pasó por esto. Pero vivir el momento histórico, meternos en las carnes de los que vivieron el pasado, eso es imposible. Eso solo lo puede hacer únicamente el escritor: traer al presente vivo el pasado ya muerto. Debemos contar una narración lo que ocurrió desde un punto de vista literario y ficticio. Sin moralejas. ¿Quién es el malo y el bueno en las obras de Shakespeare? Ni idea.

Y justo en El origen del mal hay un personaje así, Elías Roca…

Elías Roca es un negativo del protagonista que necesitaba. Necesitaba ver al protagonista con otros ojos. Yo no quería escribir historia, quería fijarme en los seres humanos: así que creé un amigo íntimo que compartía con él todo, menos lo realmente importante. Me preocupé en rehuir toda clase de connotaciones ideológicas claras en él: es una persona del futuro en un tiempo pasado; el sabe que el mundo cambia e intuye que tras la Segunda Guerra Mundial el tablero es otro, que el nuevo panorama es de una moral borrosa, sin buenos y malos. Gente como Elías Roca sabía que ya no había ideologías, que solo había poder, y que el poder estaba donde está el dinero. Ángel Carvajal sigue teniendo ideales y creo que hay gente así hoy en día. Elías Roca piensa que, para que el mundo sea como él quiere, debe unirse a los poderosos.

Tocas el tema del islamismo, que hoy en día es un tema que genera debates con posiciones muchas veces extremas…

Si algo importa hoy, como siempre, es el diálogo y el entendimiento. Cuando me inspiré en la historia de Martínez Simancas, me pareció que tenía que poner algo que fuera presente para los lectores. Y hacerlo presente diciendo: esto es importante hoy, aunque parezca que solo fue importante ayer. Con este puente tendido, este puente de palabras y libros, quería rendir homenaje a eso. Hoy en día parece que los libros y las palabras están algo marginados, importa más la imagen. Aunque solo  escriba ficción, no escribo mentiras. No tienen por qué ser necesariamente mentiras, puede ser una visión honesta de las cosas. Y esa visión honesta, en la novela, se traslada a través de un manuscrito al la actualidad y hace que el lector entienda que tiene que actuar hoy. Y todo eso tiene que ver con los atentados el terrorismo, la falta de diálogo… Y no sólo en su ausencia, sino en aquellos interesados en que no exista ese diálogo.

Uno de tus personajes, el librero marroquí, hace hincapié en que los españoles somos vecinos de los marroquíes pero no les conocemos…

Me llenó de pasmo cuando empecé a leer cosas sobre la relación entre España y Marruecos durante toda la historia y veía que aquí no se conoce nada. Yo no nací en España, pero me crié y me eduqué aquí. Me enseñaron historia en Espña y no se me enseñó nada sobre el país de al lado. Y fíjate que ahora es clave en el entendimiento de las culturas que tanto propugnan los políticos. Los políticos parecen creer que el entendimiento tiene que surgir porque ellos lo digan y no: estas cosas vienen de antes. El conocimiento de Marruecos y el norte de África en España es bastante triste. Creo que ha ayudado a que los enfrentamientos entre las dos culturas hayan sido más agudos.

¡Buenas lecturas!

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